“Enseguida hizo que los discípulos subieran a la barca y fueran delante de El a la otra orilla, mientras El despedía a la multitud. Después de despedir a la multitud, subió al monte a solas para orar; y al anochecer, estaba allí solo. Pero la barca estaba ya a muchos estadios de tierra, y era azotada por las olas, porque el viento era contrario. Y a la cuarta vigilia de la noche, Jesús vino a ellos andando sobre el mar. Y los discípulos, viéndole andar sobre el mar, se turbaron, y decían: ¡Es un fantasma! Y de miedo, se pusieron a gritar. Pero enseguida Jesús les habló, diciendo: Tened ánimo, soy yo; no temáis. Respondiéndole Pedro, dijo: Señor, si eres tú, mándame que vaya a ti sobre las aguas. Y El dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, caminó sobre las aguas, y fue hacia Jesús. Pero viendo la fuerza del viento tuvo miedo, y empezando a hundirse gritó, diciendo: ¡Señor, sálvame! Y al instante Jesús, extendiendo la mano, lo sostuvo y le dijo: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? Cuando ellos subieron a la barca, el viento se calmó. 33 Entonces los que estaban en la barca le adoraron, diciendo: En verdad eres Hijo de Dios” (Mateo 14:22-33).
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El Espíritu Santo trajo el pasaje a mi mente y me pidió para escribir sobre huracanes y tsunamis que amenazan al mundo, incluyendo los huracanes en América.
“Manuel, soy Jesús y quiero recordar al mundo, particularmente a los Estados Unidos, que ― tengo poder sobre la naturaleza ― el viento, el agua y las olas. Los huracanes han infligido recientemente dolor en varios estados de tu nación, pero vuestros compatriotas me han abandonado y ignorado mi poder sobre la naturaleza. Estoy presente en todos los tabernáculos de la tierra para escuchar las súplicas de mis hermanos y mitigar el castigo y la pesadumbre causados por huracanes y tsunamis”.