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La relación entre el Espíritu Santo y María es profunda, y San Maximiliano Kolbe (1894-1941) desarrolló una teología mariana que revela esta relación.
El santo consideraba a María como la principal colaboradora de todas las gracias divinas en el plan de salvación de Dios. Estas gracias nos llegan de Dios Padre, y el Espíritu Santo las distribuye con la cooperación de María. Ella afirmó en Medjugorje durante su aparición del 25 de octubre de 2015:
«¡Queridos hijos! También hoy, mi oración es por todos ustedes, especialmente por aquellos que se han endurecido ante mi llamado. Viven en tiempos de gracia y no son conscientes de los dones que Dios les concede a través de mi presencia».
La relación especial entre María y el Espíritu Santo surgió de la Encarnación de Cristo por el poder del Espíritu Santo. El Padre y el Hijo quisieron que María se uniera íntimamente al Espíritu Santo para ser la Madre de Cristo. Esta unión le permitió colaborar con el Espíritu Santo, según su voluntad, en la distribución de la gracia.
Kolbe examinó las palabras de María a Bernadette en Lourdes: «Yo soy la Inmaculada Concepción». María fue concebida sin pecado y permaneció inmaculada. Kolbe afirmó que María es la Inmaculada Concepción creada por el amor del Padre y la obra del Espíritu Santo, para ser singularmente llena de gracia y destinada a ser la Madre de Cristo.
La diferencia entre María y el resto de la humanidad radica en la gracia, pues Dios le concedió un privilegio singular en su concepción, convirtiéndola en la Inmaculada Concepción creada y uniéndola inefablemente al Espíritu Santo para ser la Madre de Cristo. Ella cooperó con la muerte redentora de su Hijo y coopera con el Espíritu Santo en la distribución de toda la gracia merecida por su Hijo.
El Espíritu Santo es totalmente receptivo al amor entre el Padre y el Hijo y hace que este amor sea fecundado, derramándolo en infinita abundancia. Kolbe dijo: «El Espíritu Santo hizo fecunda a María desde el primer instante de su existencia, durante su vida y por la eternidad».
El singular privilegio concedido a María tiene un doble propósito: como Madre de Cristo, María es Corredentora de la humanidad; como esposa del Espíritu Santo, participa de la distribución de la gracia.
Todas las gracias provienen del Padre, y el Espíritu Santo las distribuye con la cooperación de María, según su voluntad. Respondemos a las gracias de Dios por medio del Espíritu Santo, y María puede cooperar como nuestra mediadora ante su divino esposo.
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