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La Santísima Madre y los apóstoles de Jesús estaban juntos cuando se cumplió Pentecostés. Un ruido como el de un viento fuerte llegó de repente y llenó la casa en la que se encontraban. Aparecieron lenguas de fuego, se separaron y se posaron sobre cada persona. Fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en diferentes lenguas, según Él se los permitía.
Y había judíos que moraban en Jerusalén, hombres piadosos, procedentes de todas las naciones bajo el cielo. Y al ocurrir este estruendo, la multitud se juntó; y estaban desconcertados porque cada uno los oía hablar en su propia lengua (Hechos 2:1-6).
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